Los veranos de Cádiz son azules. No importa que un dios gris venga con un tridente fiero a desbaratar la alegría. Se impone la infancia sagrada y los recuerdos de meriendas y primos en la Victoria. Destellos felices sobre el mar que auguraban una vida bulliciosa en sus orillas.
Es eso la existencia: sabor, color.
Cádiz es azul, aunque destiña a veces.
Desde la Alameda alguna noche han visto lágrimas a cho- rros, azules, arrojadas al agua.
Así se evita el naufragio, achicando la pena. Mi padre me decía de niña que Cádiz se hunde. Qué miedo ver mi casa como restos fenicios entre las olas.
Por eso la apuntalo en sueños, al otro lado de todos los puentes, por si pierde su esplendor bloque a bloque.


Ilustración Rocío Atrio
Texto Rosario Troncoso

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