Abrió las puertas y dejó entrar la brisa que, aquella mañana calurosa, iba cargada de salitre y algas.
Se apostó en la ventana esperando ver llegar a alguno de los suyos, mientras Carmen, la amante que lo aguardaba en Cádiz, dormía.

Tenía el presentimiento de que alguien se había ido de la lengua y la gente de la ciudad había prendido aquellas antorchas que flotaban a lo lejos para desenterrar los duros de plata que ellos habían robado con anterioridad.


Ilustración Inma Serrano
Texto Carmen Moreno

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