Si cerraba fuerte los ojos y dejaba contagiar sus recuerdos entre los gruesos muros encalados que servían como muralla de la flama en los meses de verano, podía inundarle
el olor a caballa asada. Le llegaban susurros de las coplas antiguas ensayadas antes en el viejo lavadero, incluso podía sentir los pies descalzos con la arena de la playa incrustada entre los dedos y el frío suelo de mármol que aliviaba las plantas enrojecidas.

Apretó la mano de su nieto y señaló el aljibe. Allí jugábamos a los cromos. Ahora, descansaba una maleta de un turista que concluía su estancia.


Ilustración Gema Starlight
Texto David de la Cruz

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