Micro-Hércules

Ilustración: Inma Naranjo
Texto: Francisco Naranjo

Euristeo, rey de Micenas y de Tirinto anuncia:
──Hércules, hijo de Zeus y Alcmena, te castigo a que vivas en lo más insignificante. Allí has de construir tu morada─

Al instante se condensan negras nubes. Sopla un viento huracanado que arranca y abate cornisas y estatuas. Los caballos escapan en estampida y seguidos de perros gemebundos y con los rabos entre las patas. Parece que ha llegado el fin de los tiempos, que el mundo se baja en la próxima.

Las grises barbas del rey flamean como si fueran los heraldos blancos de la destrucción.Su larga cabellerase enreda en la corona. Los ojos del monarca echan admonitorias chispas de mosqueo. Los habitantes de la ciudad comprenden que la bronca va en serio y salen por patas a esconderse en el interior delos templos.

Del cielo cae un rayo sobre el formidable héroe. Hércules se hace el duro. Quiere demostrar que aún sigue siendo un macho alfa. Aquel que otrora superó doce descomunales trabajos.Aguanta otro rayo. Y otro. Y uno más antes de caer de rodillas. Entonces, insulta a los dioses. Se retuerce de dolor. Y después de algún que otro aspaviento, su cuerpo comienza a disminuir y disminuir.Se hace pequeñito hasta quedar reducido al tamaño de un comino.

Euristeo le arroja el tapón de corcho de un ánfora. Y le grita:
─Y ahora vive entre los que son casi invisibles.

El héroe no se amedrenta. Se sube sobre el tapón de corcho y empieza a tallar el que será su nuevo hogar. Como única herramienta usa sus uñas y las fuerzas de sus manos, las mismas que asfixiaron al león de Nemea.

Pasado unos años, consigue abrir una puerta y excavar un pasillo. Los cortesanos lo observan con una lente. Ven su progreso. Comentan la paciencia del héroe. Cruzan apuestas: se rendirá y perderá el juicio. Ni hablar, saldrá victorioso y será legendaria su hazaña.

Una fría tarde, Hércules enciende, por fin, el fuego de su hogar. Ha envejecido y está muy cansado. Se sale al corral de la diminuta casa. Se postra alzando los brazos:
─Gracias, dioses, por este trabajo con el que he purificado mi irascible espíritu.

Luego se retira a su acorchado aposento. Se tiende en el camastro y se cubre con la manta tejida con los cabellos que cortesanos alopécicos perdían cuando lo observaban detrás de la lente.

Duerme profundamente durante días. Cuando se va despertando,siente que una antigua fuerza vuelve a sus miembros. Abre los ojos,y los cortesanos lo miran asombrados, en silencio. Están junto a él; ya no son aquellos gigantes que gastaban bromas y lo empapaban con la lluvia de sus salivas. La sala de audiencias reales parece más pequeña.Hércules comprende y da un salto. Ha recuperado las proporciones humanas. Los cortesanos se apartan con gestos de miedo.

A sus pies, el héroe distingue la que fue su casa durante tanto tiempo. Aquella que hubo de construir con sus manos, las mismas que asfixiaron al león de Nemea.

Ilustrado por

Inma Naranjo

Texto de Francisco Naranjo

Profesor de Español para extranjeros y escritor. Ha publicado relatos en revistas Malagueñas. Escritor de innumerables cuentos y relatos.En este momento, acaba de terminar su primera novela titulada “El baile de los pingüinos” Reside en Nerja (Málaga).

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