Las hienas de Vanquia
Ilustración y texto: El Bute
Vanquia era un valle de pacíficos ganaderos y criadores de codornices. El bienestar de la región se vio quebrantado a causa de un grupo de hienas, que empezaron a acechar a los ganaderos más viejos por los caminos; atacándoles y comiéndose sus codornices. Después incluso se atrevían a entrar en los pueblos para llevarse a los niños, cuyos huesecillos eran encontrados después por pastores de la comarca. Alguno describió entre lágrimas haber presenciado los horribles festines nocturnos en los que los pequeños eran devorados entre estridentes risotadas.
Los aterrorizados habitantes de Vanquia llamaron a Hércules, quien acudió en su auxilio e ideó un plan para vencer a las hienas. Les tendió una trampa: dejó una caja con perdices tiernas y dos hermosos niños atados en uno de los caminos. Las hienas -que no tenían noticia de la presencia del héroe en el valle- acudieron en tropel y él las atacó por sorpresa y aplastó a muchas de ellas con su mazo, mientras las demás huían desesperadas y trataban de esconderse bajo tierra. Hércules fue aclamado como héroe por la población y regresó a su casa.
Al cabo de unos meses, unos viajeros le contaron que las hienas escondidas habían vuelto a Vanquia, pero que, esta vez, los viejos del lugar habían aceptado y aplaudido sus actos de rapiña, porque las hienas hicieron un pacto con ellos: defenderían el valle de cualquier posible asalto (convencieron a los viejos de que podrían sufrir una invasión de ratones blancos en cualquier momento) y a cambio, ellas tendrían derecho de saqueo y se quedarían con la mejor carne, pero no tocarían a los niños. Este acuerdo fue llamado el “pacto preferente”.
Al conocer el vergonzante trato entre las hienas y los pobladores de Vanquia, Hércules montó en cólera y decidió no volver a ayudar a ninguna población humana en apuros. Se retiró a la isla de Quíos, donde creó un circo de pulgas que hizo las delicias de todos los niños de los alrededores.