Heracles, el león triste y el último unicornio

Ilustración: Sara Bernardt
Texto: Paula González Delgado

Aquella fue la última ola que tocó mis pies. Restos de espuma se habían quedado entre mis dedos, donde las burbujas explotaban en pequeños susurros para decirme algo que yo mismo deduje: no era merecedor de estar en ese lugar. No tenía el derecho de contemplar aquella imagen que se mostraba ante mis ojos y que rápidamente hizo que se empañasen con la misma agua salada que lamían mis pies. En cierta manera, el mar me anticipaba que yo no pertenecía a aquella escena. No debía de estar pisando aquella arena pues quemaba como si la estuviese profanando.

Llegué tarde a las últimas palabras de aquellos dos magníficos seres. Jamás llegaría a saber a qué trato llegaron y por qué uno de los dos acabó siendo petrificado.

Me crucé con los ojos de la dama y pensé que me atravesaba. Que miraba más allá de mí, atravesando los cielos y el infinito. Me sentí sobrecogido. El agua y la marea en el suelo me habían clavado. Justo como al león que yacía entre los recovecos del acantilado. Era todo de piedra. Recién tallado.

Conseguí salir de mi estado. Saqué los pies del barro justo cuando sentí sobre mi rostro el calor de la puesta de sol. O así quise llamarlo en un primer momento porque no podía salir de mi desconcierto: el cielo se había rasgado. Con ira y pasión se había resquebrajado la bóveda celeste, haciéndola sangrar sobre nuestras cabezas.

No fui consciente entonces, pero estaba presenciando la expresión última de la vida. Un estallido de colores. Parecía como si de repente todos los tonos tuviesen consciencia de sí mismos. Se saturaban y se superponían unos a otros.

Quizás fuese el trato entre esas dos figuras. Quizás lo que se estuviese cumpliendo fuese un último deseo: querer ser recordado. Mostrar lo que en vida el león había sido. … pero para esta vez sólo había dos testigos.

Inexplicablemente lloré y sentí pena e impotencia al no poder retener el instante. Se me estaba escapando. Ahora, ahora, ahora, ahora. Desaparece. Está muriendo ante mi. Algo tan hermoso, tan bello que nunca jamás podría volver a ser proyectado… se desvanecía.

Estaba pasando tan rápido. Era vertiginosa la velocidad con la que el sol desaparecía más allá de la línea donde el cielo se une al mar. Se me ocurrió no respirar. Guardar mi respiración para otro momento, ver si así conseguía parar el tiempo.

Pero con ello sólo conseguía atraer más al silencio. A un color negro que en frío se convertía a paso lento. Nos devoraba y se nos adhería a la piel. Sentí la llamada de la piedra en lo más profundo de mi corazón. Se me congelaba.

No habría últimas palabras. Jamás La Belleza volvería a presentarse en este mundo.

Ilustrado por

Sara Bernardt

Texto de Paula González Delgado

Paula González Delgado. (Écija) Nacida en 1993. Ganadora del Mundo Esférico durante 2007 – 2012. Estudia Comunicación Audiovisual en Sevilla.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies