Los Héroes también se Cansan

Ilustración: Raquel Jove
Texto: Paco Marmol

Ser un héroe no es nada fácil. Por mucho que escuchéis que es algo guay, que mola y que sirve para vacilar con los colegas, no creáis nada; toda moneda tiene dos caras y ésta, la de ser héroe, también tiene la suya. Hércules conoció bien ambas, tanto la cara buena como la cara mala.

Sus inicios no fueron nada fáciles. Llegó al mundo -o a donde nazcan los héroes, que no les veo yo en una incubadora en la maternidad del Puerta del Mar- acompañado de un hermanito, Ificles, con quien tuvo algún que otro pique y ante quien tuvo que demostrar que él no se asustaba con nada. Serpientes, dragones, venga hombre, pero ¿con quién os creéis que estáis hablando? Con 18 años empezó su formación, pero él no fue a un colegio como todos, unos mejor que otros, evidentemente; si todos recordamos a nuestros profesores de la infancia, ese Don Manuel, Don Antonio o Don Eduardo, imagínense ustedes lo que sería quedarse en la memoria con nombres de maestros como Autólico, que le enseñó la lucha y conducción de carros, Erudito, Eumolpo, Cástor, Púlux, Elio o Quirón. Sinceramente, no me imagino a mi chico llegando a casa diciéndome: papi, tienes que firmarme una autorización, que mañana nos vamos de excursión con Don Púlux. Como que no, vaya.

Con los años, Hércules vuelve a meterse en follones. Como todos, vamos. Pero si cualquiera de nosotros ahogaba sus penas con un par de cervezas en la barra de un bar y saliendo de marcha con los colegas, aquí a nuestro amigo le mandan a ponerse al servicio del rey Euristeo, que, enrollado como él solo, le encarga doce trabajitos, a cuál más complicado; a saber: acabar con el león de Nemea, liquidar a la hidra de Lerna (con la ayuda de Yolao, su sobrino), capturar vivo al jabalí del monte Erimanto, lo mismo pero con la cierva de Cerinia, terminar con las aves del lago Estinfalo, limpiar los establos del rey Augias, dejar a Paquirri en pañales dándole tres capotazos al toro salvaje de Creta, hacer unos taquitos de carne estofada con el rey Diomedes y dárselos de comer a sus yeguas para que se amansaran (que eran horribles y no había quien pudiera con ellas), robar el cinturón de la amazona Hipólita y regalárselo a la hija de Euristeo, matar al gigante de tres cabezas Gerión, matar también a Lador para robar las manzanas de oro de las Hespérides y, por último, descender a los infiernos para llevarse a Cerbero, el perro guardián de tres cabezas. Por si esto fuera poco, aún sacó tiempo para exterminar a los centauros y a muchos tiranos de su tiempo, liberar a Hesione de un monstruo que se la quería comer y a Prometeo de un aguila que, con muy mala uva, quería comerle el hígado. Antes de sentarse a descansar una mijita, separó dos montes que, no se sabe si por gracia del Ayuntamiento o de la Junta, acabaron llamándose “las Columnas de Hércules”.

Un guayabo como éste tenía que triunfar en el amor sí o sí. No necesitó ni una sola gota de perfume caro para que cayeran, rendidas a sus pies, Onfalia, Augea, Deyanira, Megara o la famosa Hebe, con la que se casó en el cielo (desconocemos dónde dio el convite). Sus triunfos cuentan también cincuenta hijas de Testio -vaya tela también con el Testio-, a las que consiguió hacer madres en tan solo una noche. Y todo esto mucho antes de la Viagra, mire usted. Si es que es mucho Hércules.

El caso es que, hastiado y cansado de una existencia tan complicada, nuestro héroe vagaba ansiando encontrar un remanso de paz, un paraíso terrenal alejado de centauros, hidras, perros de tres cabezas y otras bestias inmundas que solo sabían dar por culo. Ya estaba bien, no era justo, ¿o es que todo le iba a caer a él encima? Si llegaba un dragón a molestar a los vecinos de una localidad de la costa del Mediterráneo, que se las aviaran ellos mismos, que él no iba a estar disponible una temporadita. Porque no tenía ni móvil ni Whatsapp, que si no, los hubiera apagado sin dudarlo. Así que, buscando alguna alternativa, recordó que cuando se encargó de las Columnas de Hércules había visto cerca una playita urbana, pequeñita, coqueta, muy ambientada, que tenía una pinta estupenda para una desconexión como la que él necesitaba. Y, sin pensárselo dos veces, cogió cuatro cacharros necesarios (lo que cualquier héroe se lleva a la playa: las gafas de buzo, unas chanclas, el tridente, unas caballitas y una piel de león para echársela por encima, que uno nunca sabe cuándo va a saltar el poniente) y posó sus pies sobre la arena de La Caleta, en Cádiz. Al instante se sintió en la gloria, sin reyes tiranos que le encargaban faenas, sin amantes alocadas que le pedían hacerlas madres en una noche, sin nombres rebuscados (aquí no estaban Onfalia, Deyanira, Diomedes o Hipólita, aquí había madres que se desganitaban llamando a gritos a sus hijos que jugaban en la orilla: “Shariiiii, no te meta mu pa lo hondo, que tú no sabe nadá”, “Ismaelito, picha mía, mira cómo te has puesto el bañador de arena… anda, ve al agua y enjuágate otra vé”, “Kevin Jezú, a merendar, cojone, que luego llegas a casa muerto hambre”), sin trabajos… Estaba en Cádiz, casi era normal que no tuviera trabajo.

Ilustrado por

Raquel Jove

Texto de Paco Marmol

Cádiz, 1967 De formación autodidacta, Paco Mármol empezó a pintar a mediados de la década de los 80, en plena efervescencia cultural de la llamada “movida”. Empieza experimentando con óleos y acrílicos, haciendo una figuración colorista con tintes surrealistas, en la que jugaba a deformar la figura humana, colocándola en diversas situaciones y escenarios. Posteriormente, abandona la figuración y se sumerge en una línea mucho más austera, de una geometría simple, pero cargada de significados, circular, de tintas planas y colores vivos.

Tras un par de exposiciones muy seguidas, en la Galería Manolo Alés, en La Línea de la Concepción, y en el Baluarte de Candelaría, en Cádiz, para las que tuvo que producir mucha obra en un corto período de tiempo, decide parar un tiempo para descansar un poco. Ese período de descanso se prolongará años, en los que prácticamente abandona la práctica de la pintura y encauza su creatividad hacia otros territorios, como el diseño gráfico, el diseño editorial o el dibujo.

Después de probar con algunos retratos a lápiz sobre papel, finalmente se decanta por la técnica de bolígrafo sobre papel, realizando un realismo muy detallista, próximo al hiperrealismo. Con este trabajo ha llevado a cabo su última exposición, “Flora y fauna”, que
tras su inauguración en la Sala La Chanca, en Conil de la Fra., en septiembre de 2015, ha sido expuesta en la Casa de Iberoamérica, en Cádiz, en Pescadería Vieja, en Jerez, y en la Galería Manolo Alés, de La Línea de la Concepcion.

Profesionalmente es Técnico de Cultura de la Fundación Provincial de Cultura de la Diputación de Cádiz, estando al frente de su Departamento de Comunicación, desde donde diseña y maqueta los materiales de difusión de las actividades que emanan de esta
institución o la revista digital RVDV. Ha sido también el responsable del diseño y maquetación de la revista “El ático de los gatos” (números 2 a 4) y editor en Dos Mil Locos Editores. En la actualidad, colabora con el diseño y maquetación de las publicaciones de las editoriales Cazador de Ratas y Licenciado Vidriera.

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