La Muralla

Ilustración: Agu Ariza
Texto: Juan Carlos Colorado

La gente lo reconoció nada más verlo y se agolparon sobre él como hormigas junto a un insecto muerto. Le suplicaron entre llantos que derribara aquellas puertas que separaban dos mundos totalmente opuestos. Que los obligaban a vivir confinados, pasando todo tipo de penurias, en una inmensa explanada tras la muralla de una ciudad que no quería compartir su bienestar.

Pero Heracles estaba cansado de hacer favores. Hastiado de tanto trabajo encomendado en busca de una paz interior que nunca llegaba. Harto de poseer un don que se había convertido en un castigo. En una maldición. Finalmente, Heracles se vio obligado a hablar…

<Os veis como insignificantes gotas de agua. Que no servís ni pa ra humedecer la tierra que pisáis con vuestras lágrimas. Pero si os unierais formaríais u n mar imposible de detener. Una ola imparable que superaría cualquier muralla. Que derribaría cualquier puerta que se pusiera en vuestro camino ¡Dejad de pedir favores a los Dioses! ¡Dejad de ver me como un héroe y sedlo vosotros! ¡Buscad el valor y la fuerza que todos tenéis en vuestro interior! Si queréis realmente cambiar las cosas, ¡luchad por ello! ¡Dejad de ser meras gotas de agua y convertíos en océano!>

Las palabras de Heracles consiguieron su propósito. Miles de ojos que un segundo antes reflejaban miedo y temor se transformaron al instante en miradas desafiantes. Miradas que se giraron para posarse en aquellas puertas que ya no parecía tan altas ni tan recias, y a la que se dirigió una marea humana convertida en tormenta.

Una tempestad de cuerpos chocaron contra las puertas de la ciudad de manera virulenta, pero éstas permanecieron firmes. Se formaron nuevas olas repletas de manos desnudas que siguieron golpeando la entrada en busca de esa ansiada orilla a la que querían acceder. Con cada arremetida la madera crujía como si se quejara y parecía por momentos que iba a ceder, pero aquella fuerza seguía siendo insuficiente para doblegar su sólida estructura. Los vigías de la ciudadela habían dado la voz de alarma y la ayuda no tardó en llegar. Cientos de hombres apuntalaron las puertas por el otro lado mientras otros tantos lanzaban flechas y piedras contra una oleada que se debilitaba con cada nueva embestida. Un mar que terminó por retroceder al darse cuenta que sus olas sólo manchaban de impotencia aquella entrada inaccesible. Un mar que se disipó en miles de gotas dejando tras de sí enormes charcos de sangre.

Heracles observó aquel despropósito desde la distancia y retomó su camino en medio del caos y la confusión. Aguantó impertérrito las miradas de decepción de muchos y los insultos de unos cuantos que no pudieron reprimir su rabia. Escuchó inalterable palabras duras cargadas de un dolor desgarrador. Palabras escupidas con enorme desprecio, y que resbalaron sobre el rostro impasible de un Heracles, al que no le cabía en su interior ni una gota más de culpa. Una culpa que desde hacía mucho, anegaba por completo su oscuro pozo de pecados.

Ilustrado por

Agu Ariza

Texto de Juan Carlos Colorado

Juan Carlos Colorado vino a este mundo unos días después de que el hombre pisara por primera vez la Luna. Desde entonces, su imaginación no ha hecho otra cosa que volar todo lo alto que las circunstancias le permiten.

Sus relatos han aparecido en publicaciones como “Monstruos de cine” y “Día de difuntos” de Calabazas en el Trastero (ambas del 2011) y en la antología fantástica “Epic” de Tyrannosaurus Books (2013).

También ha escrito el guión de “Zombis a.C.” con Dolmen Editorial (2010), con dibujo de Juan Luis Rincón. En este cómic se incluye un relato corto “Una historia de zombis romanos” ilustrado por Agu Ariza. Finalmente ha publicado por crowdfunding el cómic “Exodo apócrifo” con dibujo de Juan Luis Rincón (2014).

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