A Divinis

Ilustración: José Manuel Puyana “Puy”
Texto: Joaquín Revuelta

Llega un momento en que hasta los dioses se sienten cansados. Herakles no es una excepción. Hay cierta debilidad en sus músculos de acero. Las arpías, el jabalí, el león, la hidra, los establos, las columnas… Jamás le flaquearon las fuerzas durante sus tareas, pero en estos momentos el semidiós es consciente de su lado humano. A la vez, no puede evitar que el aliento del Padre de Todos le resulte un veneno divino que le consume por dentro. El Padre de Todos. El suyo propio. Desde la cuna ha conspirado para que su devenir por la tierra de los hombres sea un infierno. A veces ha deseado que le desterraran al Tántalo para medir sus fuerzas con Hades y recorrer las calderas ardientes donde las almas humanas se retuercen en una agonía infinita. Herakles habría sabido soportarlo sin pestañear: saber que la única meta de tu progenitor es acabar contigo le resulta mucho más ponzoñoso, pues es su alma, y no sólo su cuerpo, la que es torturada sin piedad… Echa la vista atrás y se ve como el semidiós niño que no era capaz de comprender el mundo que le rodeaba, vagando por la Hélade mientras los mentores, meros títeres sujetos por la mano firme de Zeus, se ocupaban de poner zancadillas y obstáculos ante sus pies diminutos. Herakles, sin embargo, jamás se quejó, ni mostró debilidad alguna ante los envites divinos que le acechaban. Ahora que las primeras nieves han caído sobre su pelo rizado, Herakles siente que el Padre de Todos debe, al menos, entender que uno de sus muchos hijos ha comprendido la verdad de su existencia. Zeus le creó como su némesis. El semidiós acepta esa verdad y siente una nueva fuerza que galopa por sus venas. Aquí, junto a las columnas que un día separó, observando el Gran Azul que se desvanece en el infinito horizonte, se siente abrasado por ese poder que destilla esta tierra de valientes, humanos y titanes que lucharon y lucharán por por el estigma de las raíces del Hombre. Herakles saborea la sal y el aroma de las vides, pasa sus manos por la arena antigua que contiene sangre y diamantes a partes iguales, se siente eufórico al escuchar el canto amargo y poderoso de los hijos de Poseidón, el ejército húmedo que monta guardia ante la guarida del Kraken… Sí, ahora lo ve. Sus manos se engarrotan mientras sucumben a la última furia, y deja que su sangre humana confunda la mente de la divina. Se pone en pie, gigante entre los gigantes, e invoca al de Nemea y a otro de su estirpe desde las profundidades del Tártaro. Ellos serán sus armas, él la mano que las empuña. Se envuelve en pieles, alza la vista hacia el carro de Helios, ése que domina el firmamento y sus esferas. Un dios va a morir, y el orbe quedará huérfano durante siglos, sus habitantes deambularán por la tierra seca en busca de alguien que los guíe, y la salpicarán de lágrimas y sangre hasta que los frutos vuelvan a brotar de sus entrañas. A veces hay que despertar al espíritu de la anarquía para que la Tierra permanezca.

Texto de Joaquín Revuelta

Cádiz, 1965. Profesor, diseñador, ilustrador y, a veces, escritor. Es Licenciado en Filología e imparte clases de Inglés (y muchas cosas más) en un instituto público de Enseñanza Secundaria.

Ha ganado varios premios de Literatura Fantástica: dos veces el Domingo Santos, finalista del Premio UPC de Novela Corta, premio Alberto Magno de la UPV, premio Ignotus… Hasta el momento sólo tiene una novela publicada, Esperando la Marea que fue recibida con muy buenas críticas, aunque ha colaborado con todas las antologías de género y muchos de sus relatos están publicados en países como Francia, Finlandia, o Japón.

Inquieto, como buen andaluz, siempre está probando nuevos horizontes.

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